viernes, 21 de marzo de 2014

SAN VICENTE DE LA BARQUERA MONUMENTAL (I)

Seguro que el nombre de esta magnífica población os suena a más de uno por cierto cantante triunfito de la primera edición en España. Es un pueblo pequeño, con encanto y rodeado de un paraje increíble. En los últimos años, el repunte de la zona, debido en parte al turismo ha provocado la construcción alrededor del magnífico casco antiguo unos pocos barrios de adosados horrorosos que suponen el único pero de toda la ciudad.
San Vicente está situada en la costa occidental, ya casi en Asturias, a un poco más de una hora en autocar desde Santander. El puerto y la actividad pesquera es lo que ha dado la vida históricamente a la población; el mar, los barcos y las mareas es lo que llaman la atención a cualquiera que llega al lugar. El lugar es precioso y está protegido al encontrarse en el Parque Natural de Oyambre.

El momento de mayor explendor de la villa fue en la Edad Media, tras la concesión del fueron por Alfonso VIII, cuando sus habitantes participaron en la Reconquista y en la llegada al Nuevo Mundo. Además San Vicente se encuentra en el Camino de Santiago del Norte, uno de los primeros caminos en realizarse y por ella pasaron gentes de toda Europa, dejando ideas y llevando nuevas. Tras ese momento de esplendor, debido a la peste y hambrunas, el pueblo cayó en declive y, buscando siempre el lado positivo, dicen que así se conservó mejor el aspecto medieval, ya que posteriormente no se construyó nada sobre ella.
La Puebla Vieja o el centro histórico se encuentra en la parte alta entre las rías de Rubín y Pombo, junto a un magnífico puerto y con los Picos de Europa nevados como fondo. Un paisaje increible.

Una vez te bajas del autocar, te acercas poco a poco a la parte antigua, llegas a una amplia plaza, la de Jose Antonio, donde nos había absolutamente nadie con la llovizna de ese sábado y una oficina de turismo cerrada no se sabe muy bien porqué. No supuso ningún problema, ya que todo el pueblo está muy bien señalizado, con indicaciones de monumentos y grandes paneles con propuestas de diferentes rutas para hacer. No me perdí en ningún momento. 
De dicha plaza parte una calle ligeramente empinada, empedrada y con mucho encanto, la Calle de Antonio del Corro, brillante por la lluvia y con pequeños establecimientos.


TORRE DEL PREBOSTE

Subiendo poco a poco por estas bonitas calles se llega a la Torre del Preboste junto a la puerta de la muralla llamada de Santander o de la Barrera. Se trata de un robusto torreón de forma cuadrada en el que se han abierto varias ventanas en la parte superior. En este lugar, que defendía una de las entradas de la ciudad, vivía seguramente el preboste o recaudador de impuestos de la villa. Ahora es un centro cultural (que también estaba cerrado).

PALACIO DE LA FAMILIA CORRO

Una vez cruzado el arco, se llega a la calle principal de la zona antigua, donde se encuentra el actual ayuntamiento o casa consistorial, el Palacio de la familia Corro. Es un edificio del S. XVI de fachada sencilla, rectangular, de apariencia renacentista con decoración plateresca y dos grandes escudos. Perteneció a una de las familias más importantes de la ciudad y se ve que ha tenido varios usos como el de hospital para pobres.

IGLESIA DE SANTA MARÍA DE LOS ÁNGELES.

Llegados a este punto giramos primero a la izquierda, para visitar la iglesia de Santa María de los Ángeles, situada en uno de los puntos más altos de la Puebla Vieja, en una plaza guarecida por muretes y en ese momento del día desierta y muy silenciosa.
Llegando prácticamente al recinto, a mano derecha hay una fachada en ruina sin señalizar, sin edificio detrás. Como muchas ruinas tiene un encanto especial, sobretodo teniendo en cuenta que justo tras ella había un descampado con unas pocas cabras y ovejas. Le da un toque de autenticidad que un pueblo turístico y construido tenga en pleno casco histórico un escena tan idílica y de otro siglo como estas. Por lo que he leído después esa fachada era del antiguo Hospital de la Concepción.


A la iglesia se llega, extrañamente, por la cabecera, y hay que rodearla completamente. Se encuentra en un punto genial para divisar todo el paisaje: las rías entre las que se encuentra, los campos, las nuevas construcciones y al fondo de todo los maravillosos picos de Europa nevados. El día fue lluvioso en un inicio, así que no fue hasta más tarde que vi la nieve brillar con el sol.



La iglesia es del S. XIII, construida en estilo gótico, aunque las portadas son de estilo románico y tienen unos capiteles y unas arquivoltas historiadas maravillosas.



Tras pagar una entrada de precio módico (1,50€) a un hombre joven que aprovechaba la mañana de poco público para leer un libro, entré dentro de la preciosa iglesia, amplia y en la que destacaba el bello trabajo de la piedra. Una de las obras más destacadas es una escultura, la del sepulcro de un inquisidor nacido en el lugar: Antonio Corro. Para poder verla se debe echar una moneda en una ranura (manda narices) y la ves desde detrás de una reja que cierra la capilla completa.


Tras visitar la iglesia, y a pesar de que chispeaba, decidí bajar monte abajo para ver la ría desde cerca, donde el agua parecía ya retirarse poco a poco mar adentro y unas pequeñas barcas flotaban tranquilas. Un paisaje magnífico y un delicioso paseo entre árboles aunque algo escarpado.




CASTILLO DEL REY

Siguiendo mi camino de vuelta a la calle principal se llega al Castillo del Rey, cuyo precio de visita es también módico (1,40€).  Se trata de un bello castillo en lo alto de las rocas, construido en el S. XIII, tras la concesión del fuero a la villa por parte de Alfonso VIII.
Se trata de un recinto formado por dos torres una cuadrangular y una pentagonal unidas por un patio y cerradas por unas murallas. De este castillo partían las murallas, de las que quedan algunos tramos.
Dentro de las torres hay una exposición de la historia de la ciudad, un audiovisual y una sala de exposiciones con unas fotografías magníficas del entorno.




Al salir del castillo me metí por unas calle estrechitas y antiguas como el tiempo mismo y me encontré con una señora que según me contó tenía ya 92 años. Una abuela encantadora que me preguntó si me estaba gustando el pueblo, se interesó de donde venía y que es lo que más me había gustado. Iba con su carrito de la compra y un móvil en la mano (moderna como ella sola) y me contó que estaba contenta porque su hija (que ya tenía 70 años) había vuelto desde América a jubilarse en su pueblo natal. Sus nietos y biznietos seguían si no recuerdo mal en Uruguay. Me explicó que en este lugar había estado la lonja y una iglesia que en tiempos de la República había sido incendiada. Es una de esas experiencias que hacen la visita a un pueblo algo especial. Aproveché que se marchaba hablando con alguien por el móvil para hacerle esta foto para el recuerdo.


La siguiente parte del paseo la explicaré en el siguiente post, será una visita natural al lugar, en lugar de monumental.

LEYENDA DE LOS ALMENDROS DE MALLORCA

Cuelgo ahora este post que escribí a final de enero....


Ahora, que al final de enero se ve ya os primeros almendros ya floridos, me acuerdo de una leyenda que me contaron hace mucho mucho tiempo, así que tal vez no la recuerde bien o haya puesto algo (o mucho) de mi parte.


Hace mucho, mucho tiempo, vivía en Mallorca un rey moro con riquezas sin fin. Aquel rey era rico en tierras, objetos, monedas y joyas, pero le faltaba un gran amor en su vida.

Hizo buscar la mujer más bella, buena e inteligente que pudiera existir y envió emisarios a cada punta del mundo conocido para encontrarla. Uno de ellos regresó con buenas noticias, que en el norte de lo que hoy conocemos como la India, vivía la muchacha más maravillosa que había existido jamás.

El rey se puso enseguida en contacto con el padre de ella y arreglaron una boda rápidamente. Al llegar a su nuevo hogar, el rey la colmó de riquezas y mimos, le ofreció todo lo que tenía y le atendió como a la más bella de las joyas.

Pero la princesa estaba triste, muy triste de añoranza. Las lágrimas caían de sus ojos y caían desde lo alto de las torres del palacio de la Almudaina, todos los habitantes de la isla oían llorar a su amada reina y todos se ponían igualmente tristes.

Tan preocupado estaba el rey moro al ver a su amada mustiarse de pena por la añoranza de su país, tan lejano, tan diferente, que hizo llamar a todos los sabios que pudieron acercarse. Uno recomendó unas hierbas, otro infusiones, otro baños de luna llena, hasta que se acercó una muchacha de compañía de la reina a expresar lo que había oído decir de los bellos labios de su ama, las historias sobre unas montañas más altas que el cielo, las nieves más blancas todo el año y el aroma del frío que llega a los valles desde las cimas.

El rey le dio vueltas y más vueltas, las montañas de la isla no eran muy altas, el frío en invierno no dejaba más que algún año una cumbre ligeramente nevada y a los valles no llegaba más que el olor de los cultivos. Pero él recordaba de su tierra unos árboles de flor blanca y bello aroma que pudieran satisfacer a su amada y puso a todos los trabajadores de palacio en marcha.

Para el mes de enero del año siguiente, toda la zona cercana a la Sierra de Tramuntana apareció sembrada de unos árboles delgados y nudosos, de color oscuro y resistente, pero que al llegar los fríos del invierno florecía con una bella flor, suave, tierna y delicada de un blanco tan luminoso que llenó los valles del color de la nieve.


Una mañana de enero sacaron a la reina a pasear por sus dominios y al descubrió todos los valles llenos de flores blancas, que desprenden un aroma inconfundible. La sonrisa y el rubor volvieron al rostro de la reina y con su alegría el gozo de todos sus súbditos.

Así que, cada enero, cuando todos los otros árboles dormitan con los fríos del invierno, un árbol fuerte saca mil y una flores y llena los campos de Mallorca de un blanco fragante para hacer felices a las personas melancólicas que echan de menos las tierras lejanas.

Si os ha gustado la leyenda, os propongo que la contéis de nuevo acompañándola de alguna receta mallorquina hecha con almendras, una de mis favoritas es el gató de almendras con helado (de almendras si puede ser). Genial para celiacos, porque no lleva harina, sino que es un bizcocho hecho con almendras.

martes, 11 de marzo de 2014

PALACIO DE LA MAGDALENA

Un día bonito y soleado es el perfecto para poder disfrutar de una mañana entera en la Península de la Magdalena. Si estáis alojados en Santander, hay mil posibilidades, pero yo combiné la bici y la pata. 
Como en la mayoría de las ciudades de España, se han colocado por la ciudad un servicio de bicicletas públicas, de esas que puedes coger y dejar en cualquier punto por un precio nada módico. Para los turistas y despistados hay abonos de un día o de una semana para cogerlas y dejarlas tantas veces como quieras pero con un tiempo máximo. En Santander la página es www.tusbic.es. La calidad de las bicis no es de lo mejor, chirrían un poco, no siempre se le ajusta el sillín, pero como hay varias donde elegir en cada estación no hay problema. El precio por día es de 8.33€ por semana o 1.87 al día.

Cogí la bicicleta cerca de donde estaba alojada, frente a la estación de tren. Seguí por delante de la catedral, por el Paseo Marítimo en el carril bici, pasando junto a las obras del futuro Centro Botín, junto al Palacete del Embarcadero, que actualmente es una sala de exposiciones y llegando al Monumento a los raqueros. Todo el mundo aprovecha para hacerse fotos con ellos y un día como este, con un mar calmado, sol y calor da ganas de tirarse al agua como ellos. Este monumento quiere recordar a los raqueros, pandillas de muchachos, que el S. XIX y principios del XX que frecuentaban los muelles de la ciudad.
La palabra raquero procede seguramente de la inglesa wrecker, ladrón de barcos, saqueador de naufragio. Se trataba de unos chiquillos de clases bajas o huérfanos, en ocasiones ladronzuelos, que esperaban a que los tripulantes de los barcos les lanzaran monedas o cosas para arrojarse al mar para sacarlas buceando. Se ve que los marineros ingleses les llamaban wrekers y los santanderinos hicieron suya la palabra, castellanizándola y convirtiéndola en raqueros.
Con el tiempo acabaron siendo una atracción para turistas y locales, que los veían bañarse medio desnudos y les tiraban monedas o les pagaban para recuperar las cosas que se caían al agua a los paseantes.
Hoy en día sigue usándose la palabra, la usan las madres para reñir a los hijos malhablados o que hacen trastadas, en referencia a aquellos de los barrios bajos. Mi madre si hacíamos algo así nos llamaba "placeras". ¿Y a vosotros?


Seguí el camino hasta el Observatorio, justo ante del Palacio de Festivales de Cantabria, donde el carril bici esta cortado por obras (espero que no durante demasiado tiempo). Así que subí por la acera a la avenida paralela al mar, calle Castellar y después avenida Reina Victoria. El camino por esta avenida es delicioso, lleno de grandes casas señoriales que dan al mar, con una acera ancha y con miradores para ver desde allí las Dunas del puntal, al otro lado de la bahía o la playa de los Peligros abajo. Según vas avanzando, el mar tranquilo y protegido va cambiando y ves aparecer las primeras olas cuando llegas a la Magdalena.


Más o menos donde paran los autobuses, hay una estación donde dejar la bicicleta, porque quería aprovechar para visitar la península a pie, con calma y disfrutando del día. Como era sábado, había mucha gente, muchas familias con niños. Al entrar por las verjas parte el recorrido, hay carteles y un tren de esos turísticos. No vale nada la pena cogerlo, es totalmente factible a pie.

La entrada a la zona es gratuita y está abierta de 8 a 22 horas.

PLAYA DE BIKINIS

Tan pronto como entras a la derecha hay una gran extensión de césped, el campo de polo desde donde se puede acceder a la playa. La marea estaba bajando, se veía escurrirse el agua por la arena, entre las rocas, dejando un paisaje brillante, salado y perfecto para deambular. 
Este curioso nombre que tiene la playa, bikinis, se debe a que las estudiantes de la Universidad Internacional en los años 60, que llegaban del resto de Europa y de EEUU, bajaban a bañarse en este traje de dos piezas, que escandalizaba a los locales, o más bien debía alegrarles la vista.




ISLA DE LA TORRE Y DE LA HORADADA

Desde la playa se puede ver la isla de la Torre, donde se encuentra la Escuela de Vela de la Federación Cántabra de Vela. Apenas pude ver gran cosa por lo miope que soy, pero es una islita pequeña en la que se ve un edificio y una rampa para subir y bajar los botes. Se ve que es fácil de llegar nadando.

Esta isla estaba unida antes por un puente, del que queda un buen tramo sobre la playa y un poco más adentrándose en el mar. En el momento pensé que era un espigón muy raro, con unos arcos sobre la arena junto a los cuales la baja mar había dejado unas piscinas en los que niños y perros disfrutaban como locos (en el mes de febrero).



Junto a esta isla, hay un islote diminuto La Isla de la Horadada, sobre la cual hay un pequeño faro que marca la entrada a la bahía. El nombre del islote viene porque hasta el 2005, había un arco natural formado por la roca que había sido un símbolo mítico de Santander. A principios de ese año un gran temporal derruyó el precioso arco. Dice la leyenda que este arco se formó por una barca de piedra que navegaba con las cabezas de dos santos mártires: San Emeterio y San Celedonio, a los que se las habían cortado en Calagurris (Calahorra). Las cabezas fueron arrojadas al Ebro y viajaron en esas barcas hasta el mar Mediterráneo, subieron por el Atlántico y finalmente hasta llegar al Cantábrico (¡todo un crucero!). Al llegar a la Península de la Magdalena la barca chocó contra esta roca y abrió un boquete. Las cabezas de estos mártires están ahora (se supone) en la catedral de la ciudad de la que son patronos.



FARO DE LA ISLA DE MOURO

El camino sigue hasta el embarcadero, donde hay un bonito lugar para ver desde allí el Faro de la Isla de Mouro, que señala la entrada hacia Santander y donde observar como el Cantábrico indómito, sus olas chocando contra playas y acantilados. Los fareros vivían en esa islita hasta 1921, en el mismo edificio del faro, entre tanto mar y tantas olas. ¿Os imagináis? Desde entonces el faro es automático.


EL PALACIO

Siguiendo el camino, tras  subir una cuestecilla, en el punto más alto de la península, se encuentra el Palacio en sí, convertido ahora en la sede de la Universidad de verano. Hacen visitas guiadas dentro del edificio, pero yo no lo había previsto para ese día.

Es uno de los edificios emblemáticos de la ciudad y se encuentra en la zona más alta de la península de la Magdalena. Se construyó entre 1908 y 1912 según el proyecto de Gonzalo Bringas y Javier González de Riancho por iniciativa municipal (pagado por el pueblo), ya que el ayuntamiento de la ciudad quiso regalar a los Reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia una residencia de verano para consolidar la tradición estival en la que se estaba asentando la ciudad. La familia real pasó allí los veranos casi tres décadas y fue un lugar donde se reunían y hacían una vida más verdaderamente familiar.



A partir de la II República el Palacio fue cambiando de uso, desde la sede de la Universidad Internacional de Verano, hospital, residencia temporal para los damnificados por el incendio del 1941... En 1977 el Ayuntamiento adquirió por compra el lugar y pasó a ser público. Ahora en ella se dan lugar congresos y reuniones y durante el verano el ayuntamiento lo cede a la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.



Después de sacar algunas fotos al palacio e imaginarme como debía ser la vida de los ricos y famosos, más bien de la realeza de tiempos pretéritos, se sigue el camino donde encontré este pez tallado en el tocón de un árbol.

El camino sigue bordeando los acantilados, acercándose a la famosa playa del Sardinero, donde pocos días antes había habido un temporal de esos que meten miedo al cuerpo a cualquier persona prudente. En Mallorca tenemos un dicho "La mar fa forat i tapa", que viene a decir que el mar "Hace hoyo y lo tapa", y tened en cuenta que el Mediterráneo parece un charquito en comparación con el Cantábrico. Durante este año 2014 los temporales de viento y mar han sido espectaculares, con olas gigantescas de las que impresionan y les recuerdan a los hombres quien manda. Se había llevado balaustradas, puertas, chiringuitos y restaurantes.


Hablando del mar y su relación con el hombre, un espacio bien interesante, aunque podría estar más trabajado, es el del Museo del Hombre y la Mar, donde hay "expuestos" una balsa y tres carabelas. Estas embarcaciones fueron donadas por Vital Alsar, un marino cántabro para rememorar la travesía que hizo Cristóbal Colón en su ruta hacia América. La balsa es una réplica de la balsa que utilizó para hacer un viaje entre Ecuador y Australia en 161 días.



ZOOLÓGICO MARINO
Un poco después llegamos al recinto de algo a un pequeñito zoológico con unos pocos animales marinos, que había sufrido bastante con el temporal. los fosos donde se encuentran las focas y los leones marinos están conectados con el mar y nutridos constantemente con su agua. Dicen que hace muchos años había también osos polares y leones o cosas así.





Una vez acabada la vuelta por la Magdalena cogí de nuevo la bici llegué hasta el final del Sardinero y volví machacadita por la panzada de kilómetros hasta casa.